Anaïs Nin, una luz que sigue

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La notoriedad de Anaïs Nin surge de repente cuando en 1966 se publica su Diario, que empezó a escribir a temprana edad durante un viaje a Nueva York y donde se revela su esencia. 


2 de marzo de 2025 Hora: 20:36

Parecería difícil ser una niña especial y nacer de dos seres artísticos, prominentes y complejos. 

La célebre escritora Anaïs Nin (1903-1977), quien en el último tramo de su vida fue convertida en adalid de la libertad femenina, fue en verdad una mujer por encima de cualquier etiqueta.

La notoriedad surge de repente cuando en 1966 se publica su Diario, que empezó a escribir a temprana edad durante un viaje a Nueva York y donde se revela la esencia de Anaïs Nin. 

Su narrativa consta de varias novelas, cuentos, relatos cortos con impronta surrealista, psicoanalítica y erótica. Originalmente su Diario, compuesto por más de 35.000 páginas manuscritas, fue una obra a la que dedicó toda su vida. Ese cuaderno, que recoge la nostalgia y la desolación de aquella niña, se convertiría en su obra más importante, porque podría ser la primera mujer que al desarrollar todo el relato escrito de su vida, desnuda el alma, expone su fantasía y sueños, por escabrosos que fueran.

La hija de Rosa y Joaquín

Anaïs fue hija de Rosa Culmell, una cantante de ópera de formación clásica. Rosa nace en Cuba porque, por entonces, el padre danés Thorvald Culmell fungía como embajador en la isla y la madre de ascendencia francesa, era una artista venida a menos, consagrada al matrimonio y a la crianza de sus hijas.

Rosa era desafiantemente honesta y madura, frente al músico Joaquín Nin Castellanos, un joven refinado, culto y cautivador. A pesar de que Rosa era ocho años mayor y las diferencias de clase social, le dieron riendas sueltas al encantamiento del amor.

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Su narrativa consta de varias novelas, cuentos, relatos cortos con impronta surrealista, psicoanalítica y erótica.

Cuentan que Nin, acostumbrado a deslumbrar a las damas, supo utilizar su embeleso para hacer un buen matrimonio a inicios de la primavera de 1902. Con la pensión del padre de Rosa, partieron a París con suficiente desenvolvimiento económico para un buen piano de cola y una buena vida. Comenzaron formando un dúo de piano y voz, sin embargo, su diario vivir estuvo lleno de desavenencias y reconciliaciones, en medio de las cuales nació la primera hija, Anaïs y Rosa quedó relegada a la crianza.

Poco antes, el señor Joaquín precipitó la mudanza a un lujoso suburbio de París (Neuilly sur Seine), lo que sentó un precedente nefasto para la vida en pareja, con enormes diferencias expuestas unas tras otras. A pesar de ello nacieron tres hijos, toda una familia de artistas completada por los dos hermanos de Anais: Thorvald Nin se dedicó a los negocios y Joaquín Nin-Culmell, quien llegó a ser un relevante compositor y pedagogo.

Entre los vaivenes e infidelidades del padre Nin tras ondulantes caderas, sobrevino la separación definitiva de Rosa, lo que marcó para siempre la psicología de la primogénita. Primero, fueron manifiestas en sus plegarias religiosas y luego plasmadas en su creación literaria, capaz de demostrar sus sentimientos a través de la lírica de su narrativa. 

Desde muy pequeña Anaïs sintió curiosidad por el arte, por lo que se entrega a ese fascinante mundo en el que se desenvolvieron sus padres. Definitivamente resultó una celebridad, quizás desfigurada en relación con sus propias aspiraciones.

Fue tiempo después de llegar a Barcelona, que el padre abandonó a la familia y se unió a una rica heredera, una relación que pronto terminó en un nuevo divorcio. La niña Anaïs tenía diez años cuando acompañó la desolación de la madre a cargo de tres hijos, por lo que esta decidió ir a vivir -con una parte de su familia cubana- para que sus hijos estudiaran en Nueva York.

El viaje a Nueva York es un antes y un después en la vida de la niña de apariencia delicada y hermosos ojos negros. En aquella ciudad consolidada con una población total de 3,4 millones, de los cuales un gran por ciento eran inmigrantes trabajadores católicos y judíos -del sur y este de Europa- más los afroamericanos del sur de Estados Unidos, que expandieron la fuerza laboral. La Gran Manzana se afianzó como la capital mundial de las comunicaciones, el comercio y las finanzas, donde una cuarta parte de las 300 corporaciones más grandes tenían allí su sede. También era el centro de la cultura popular y la alta cultura.

Apenas era una niña cuando escribió una carta a su padre, nunca enviada y esencialmente plasmada en su Diario, donde define la nueva etapa en que deja atrás su infancia, al describir la desesperación y el dolor que había causado tras su abandono familiar.

La intimidad del Diario toma forma literaria, en esa expresión única para plasmar sus emociones y su perspectiva de la vida. Con solo 16 años, Anaïs comenzó en el mundo del modelaje y como bailadora de flamenco (raíces españolas de su padre), a fin de apoyar económicamente a la familia. Sin embargo, crece en constante enfrentamiento con su madre, de quien sentía intentaba controlar su vida, porque “la asfixiaba con sus prejuicios burgueses” y Anaïs la culpó de la escapada de su padre. Quién duda que fuera una de las razones por las que se casó tan joven e interpuso distancia geográfica con su madre.

El padre

El cubano Joaquín Nin Castellanos resultó un gran compositor, pianista y musicólogo, de origen español, nacido y fallecido en La Habana (1879-1949). Sus estudios en París con el artista Moritz Moszkowski le abrieron el pentagrama y a un mundo de experimentaciones, cuando también viajó como ejecutante para difundir la obra de compositores del siglo XVIII.

Honró su ascendencia con las piezas de influencia nacionalista española, como también las danzas cubanas. De su amistad con Maurice Ravel, conoció la génesis del paradigmático “Bolero”. Reconocido como maestro de la orquestación y el cultivo meticuloso de la música para piano, Ravel fue fruto de un clásico del impresionismo, el color instrumental y el timbre que mucho aporta a sus contemporáneos como el propio Nin.

De los estudios de Joaquín Nin Castellanos, acerca de la música antigua española, resultaron partituras muy importantes para el reconocimiento de la música de los siglos XVI al XIX. Como buen músico, Nin también era un bohemio, con una vida llena de aventuras y amantes.

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La creadora creció en constante enfrentamiento con su madre y lamentando la salida del padre del seno familiar.

Después de Cuba, los primeros relatos

A partir de lo íntimo, reveló su vida y el ambiente de la época con inusual franqueza. La escritora tiene clara conciencia de la atracción no convencional por la personalidad del padre, de esos complejos sentimientos nació el título publicado con posterioridad como “Diario de la infancia”.

Tras la huella de su origen cubano, naturalmente Anaïs viajó a La Habana desde octubre de 1922 y hasta entrado el 1923. Fue en la finca “La Generala”, perteneciente a su tía Antolina Culmell, del barrio habanero de Lawton, el espacio donde transcurrió su estancia.

Anaïs Nin quedó sorprendida por la gracia habanera de estos años, ya salida de los límites intramuros desde mediados del siglo XIX, cuando la incipiente clase “progresista” criolla se expandió hacia El Cerro, La Víbora y Jesús del Monte, donde edificaban casas señoriales de estilo barroco como la de su tía.

Grandes parcelas conocidas por la Zona Monte Vedado, con amplios terrenos conocidos por los patronímicos de sus dueños, se convertían en la extensión de la capital con el estilo del “american way of life”, después de la segunda intervención (1906-1909) de la ocupación estadounidense en Cuba.

En la zona élite de la sociedad cubana de la época, se reparan y reconstruyen puertos, se extiende el ferrocarril por toda Cuba, se establece una red de alcantarillados y pavimentación de las calles, hasta convertirse en un barrio aristocrático adonde las familias pudientes fueron a residir y a hacer una vida social. 

Entonces en Cuba gobernaba Mario García Menocal, apodado “El Mayoral” por su mano dura y política represiva, quien fue reelecto y apoyado por el gobierno de Estados Unidos. Recordemos que durante la etapa de conflagración mundial (Primera Guerra Mundial, 1914-1918), grandes capitalistas norteamericanos invirtieron en la industria azucarera cubana, por lo que se conoce como la “danza de los millones” o las “vacas gordas”. Así quedaron en la escenografía habanera, fastuosos palacetes y lujosas mansiones para recordarlo.

La exuberante naturaleza del país, la diversidad en los estilos constructivos, el colorido de las viviendas humildes, la riqueza de los patios de las mansiones de la clase acaudalada, hicieron que la observadora joven escribiera desde la finca familiar, a uno de los primos: “Me encuentro viviendo en las afueras de la ciudad, en la más bella de las casas, casi un palacio, amueblado y decorado con exquisitez, rodeada de un jardín encantador”.

En el entorno citadino se enamora y cumplidos los 20 años contrae matrimonio en 1923, con el poeta y banquero norteamericano Hugh Guiller. En el París de la década del 1920, mientras su esposo trabajaba en un banco, ella encuentra el espacio para la escritura.

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La zona conocida como Monte Vedado llega a convertirse en un barrio aristocrático adonde las familias pudientes fueron a residir y a hacer una vida social. 

Tenía una vida que a una mujer “convencional” le hubiera encantado, pero ella no estaba hecha para una existencia monótona de ama de casa, le faltaba el estímulo del arte para dar riendas sueltas a la fortaleza de un carácter apasionado e imaginativo.

De esta primera incursión en la escritura, salieron dieciséis historias oníricas, irónicas, feministas y psicoanalíticas, hasta completar el primer libro:La intemporalidad perdida”, que resultó rechazado por varias editoriales. Justo al terminar aquella obra, Anaïs Nin tenía 26 años.

Fue “D. H. Lawrence: Un estudio no profesional”, el primer libro que vio publicado con su nombre; un breve ensayo crítico que escribió en 1932, sobre la obra del escritor inglés D. H. Lawrence.

Tal vez hastiada de la vida tradicional, de ahora en adelante su intimidad no constituirá un secreto. Nunca se caracterizó por la fidelidad sexual hacia su esposo y no tuvo reparos en revelar sus relaciones amatorias, infidelidades, bigamia y amoríos, primero con el escritor estadounidense Henry Miller. Nin quedó fascinada por el bohemio de mediana edad, con quien tendría una década de relación erótica y literaria.

“Cuando trato de imaginar de quién es deudor tu estilo, no recuerdo a nadie con el que tengas el más ligero parecido. Me recuerdas únicamente a ti”, dijo cierta vez Miller a Anaïs. A su vez, se dice que ella lo ayudó en la creación de sus dos únicas novelas “Trópico de Cáncer” y “Trópico de Capricornio”.

Con Henry Miller tuvo amistad y romance, al tiempo que con su esposa June, a la que ambos consideraban la “femme fatale”. Tampoco ocultó la relación sostenida con el escritor francés Antonin Artaud, ni con Edmund Wilson, Gore Vidal, James Agee, James Leo Herlihy y Laurence Durell, entre otras -dicen- apasionadamente descritas, en tanto influenciaron su vida sexual como su capacidad para transmitirlas en sus relatos.

Una actitud más abierta

Nin arrastraba la sombra del dolor producido por el abandono de su padre, cuando se interesó por el psicoanálisis. Estudió con René Allendy y Otto Rank, compañero de Sigmund Freud, de los cuales cuentan que los maestros también fueron sus amantes. Incluso, Nin llegó a atender pacientes en la habitación contigua a la de Rank. “Descubrí que no era buena porque no era objetiva. Me atormentaban mis pacientes. Quería interceder”, precisó Anaïs.

Parecía contradictorio que durante aquellos años de cambios culturales y sociales, la mujer era considerada como incapaz de hacerse responsable de su propia existencia y ello no escapó al carácter de Anaïs Nin. Son los tiempos en los que las teorías de Freud triunfaron por Europa, pero el padre del psicoanálisis veía con desconfianza a las mujeres con una actitud más abierta hacia el sexo.

Según el Dr. Rank, ella al igual que su padre, ansiaba intensamente la libertad, las relaciones normales o tradicionales no la satisfacían, corroía su existencia, por lo que siempre necesitaba más.

Instalada en Nueva York, decidió imprimir y publicar sus propios escritos. Lo hizo con “Incesto: Diario Amoroso” (1932-1934), en cuya novela alude una breve relación incestuosa con su padre cuando se reencontraron en 1933. 

En su obra “Fuego, Diario Amoroso» (1934-1937), Anais dijo: “La vida es una vorágine vertiginosa. Rank me conquista con su comprensión; con su imaginación, que es infinita. Con su mente intrincada y deslumbrante; con Huck, el Huck que hay escondido dentro del Dr. Rank –pecoso, hogareño, harapiento, payaso, tallado groseramente”.

“Debo ser una sirena, no me asustan las profundidades pero sí temo la vida superficial”; expresó en su novela “Corazón cuarteado”.

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Alrededor de los años 1940, Anaïs empezó a escribir relatos eróticos para un lector anónimo. Luego, a través del escritor Henry Miller, llegó el encargo de un bibliógrafo que decía representar a un millonario interesado en este tipo de literatura y que pagaba un dólar por página.

Anaïs empezó a escribir relatos eróticos para un lector anónimo, alrededor de los años 1940. A través del escritor Henry Miller, llegó el encargo de un bibliógrafo que decía representar a un millonario interesado en este tipo de literatura y que pagaba un dólar por página. Desde el West Village de Nueva York, brotaban sus leyendas sexuales que acabarían en el libro “Delta de Venus y Pajaritos.

“Un burdel literario esnob”. Así ella misma llamó a aquella tertulia entre escritores y poetas, donde se contaban relatos eróticos, que luego incluiría trascendidas en su imaginación dentro de sus obras. Por entonces publicó “En una campana de cristal”, elogiada por la crítica de la época.

Durante un tiempo, Anaïs Nin mantuvo dos matrimonios simultáneamente.Hugh estaba en Nueva York, quien no sabía del otro esposo en Los Ángeles, el actor Rupert Pole, 16 años menor que ella. De estas vivencias a sus 44 años, creó la obra “Ciudades interiores”.

Lo conseguiré

Anaïs descubrió y vivió en plenitud el placer sexual propio de las mujeres, que no son un elemento pasivo que recibe, sino que busca, ansía. Rompe tabúes, experimenta con su cuerpo, y habla con plena libertad, endesafío a las convenciones sociales y literarias del momento.

Despojada del pudor, estuvo abierta al “poliamor”, antes de que existiera como el concepto. Escribió literatura erótica sin prejuicios, exponiendo el deseo femenino y la sexualidad censurada. Fue reivindicada como ícono feminista, después de la exitosa publicación de sus diarios en 1966.

Es aclamada por varios críticos como una de las mejores y primeras escritoras de literatura erótica e invitada a dar conferencias en universidades de diversos países. En los setenta recibió el doctorado honorífico del Philadelphia College of Art (1973), fue elegida miembro del Instituto Nacional de Artes y Letras de Estados Unidos (1974) y obtuvo el premio a la Mujer del Año de Los Ángeles Times en 1976.

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Fue aclamada por varios críticos como una de las mejores y primeras escritoras de literatura erótica.

Tras luchar contra un cáncer de cuello de útero, Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, falleció en Los Ángeles el 14 de enero de 1977, casi al cumplir los 74 años de edad.

Rupert Pole, nombrado su albacea literario, publicó sin enmiendas los volúmenes de los diarios de Anaïs Nin, aunque respetó la voluntad de Hugh Guiller y hasta después de su muerte no fueron publicados los pasajes en los que este apareció. Las cenizas de Hugh fueron esparcidas en Mermaid Cove, en California, frente a la costa del Pacífico, el mismo lugar que las de Anaïs.

“Tengo la ambición, y sé que lo conseguiré, de escribir de forma clara acerca de cosas impenetrables, sin nombre y habitualmente indescriptibles; de dar forma a pensamientos evanescentes, sutiles y cambiantes; de dar fuerza a valores espirituales que suelen mencionarse de manera vaga y general, una luz que mucha gente sigue, pero no puede comprender de verdad. Miraré dentro de ese mundo con ojos claros y palabras transparentes”; escribió a los 26 años en su Diario.

Autor: teleSUR - Rosa María Fernández